Un funeral verdadero

De repente, en la estrecha callejuela, multicolor, festiva, temblorosa bajo la lluvia de suave pétalos de seda, aparecen unos hombres de semblante serio, portando antorchas y con la cabeza cubierta. Sobre un palanquín se ve un cuerpo con el rostro descubierto; dos jóvenes cargados con haces de leña cierran la marcha.

El cortejo avanza con un ritmo ansioso, como llamado a una cita ineludible. Todo está bien ensayado, pensamos, es lo que hemos entendido. Siddharta, en su primera salida, está confrontado a la muerte... Salvo que el silencio de los figurantes ha tomado de pronto una extraña densidad. Salvo que se trata de un verdadero funeral. Una escena de cremación tiene que figurar en la película. 

El rodaje está previsto según el plan de trabajo. Será para el día siguiente... Durante el descanso, Bernardo Bertolucci se marcha al primer piso de un pequeño café, en la plaza. En una minúscula habitación, los ediles locales le aguardan, le ponen a la fuerza un modesto ramo de flores entre las manos y le ofrecen con reverencias ceremoniosas dos réplicas de ventanas esculpidas, orgullo del lugar, repletas de diosas con múltiples brazos ondulantes. El declara, algo solemne: «Agradezco a esta ciudad, Bhaktapur. 

La agradezco por su acogida, no he tomado solamente de ella los ladrillos y las piedras, sino los rostros y los cuerpos. Espero que mi película tenga bastante éxito como para que se le haga justicia a las gentes de esta ciudad a través del mundo. Pero si me lo permiten, tengan cuidado con el turismo, aprendan a refrenarlo, a dominarlo; sino el turismo acabará con ustedes». La ilustración inmediata de la realidad de esta advertencia es que al salir del café, nos cruzamos con un crío del barrio; al oír hablar en francés, se acerca y con auténtico acento de Belleville, suelta con una enorme sonrisa pedigüeña: «Déjame en paz y dame las deportivas». No hace más que repetir lo que le dicen los turistas franceses, cuando les pide una rupia, nos explican molestos. Escalofrío de vergüenza garantizado. Esta ceremonia de ofrendas, explica Bernardo Bertolucci, «significaba un poco la firma de un tratado de paz. Sí, ha sido duro. 

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