Una historia de un caballo

Hay caballos por la Gran Vía de Madrid. Caballos con policías a cuestas, no caballos al tuntún. Los ha mandado doña Ana Tutor, Delegada del Gobierno en la capital, con el ingenioso propósito de perseguir el delito a galope tendido, con lo que la Gran Vía se nos ha puesto de pronto équida y fargües como la neoyorkina calle cuarenta y dos. Lo malo es que nuestros pobres rocinantes no son como los de Manhattan, no están hechos al asfalto, de modo que se les hinchan los pies como a marujones en el hiper y así no hay modo de perseguir a nadie. 

La otra tarde, según mi amiga la Susi, iban por Callao dos corceles de palique, y el caballo A le dijo al caballo B; hija, estoy muerta. El caballo B no se mordió la lengua: cielo, perdona que te lo diga, pero es que vienes fatal, traes un calzado de lo menos adhoc, a quién se le ocurre ponerse esos taconazos. 

Al caballo A le dio como un sofrito y le levantó la voz al caballo B: mira, guapa, me duele que me reproches eso, a mí me dijo la Tutor tú te vas hoy a la Gran Vía, y para una vez que bajas al centro no vas a ir en babuchas, digo yo, así que me puse de tafilete y tacón de aguja, qué menos, claro que no calculé bien y este trotar tan garicúper me ha puesto los tobillos como boniatos. El caballo B debía de tener un día angelachanin y le dijo al caballo A: eso te pasa por drogarte con el cristasol que no calculas, y no extraña que estés de los pies más incapaz que el Atlético de Madrid, yo soy mucho más esbelta que tú, no es por nada, y aquí me ves con mis tenis, comodísimas, moderna y arregladita. 

Mientras avanzaban arrastrando el zancaderío, el caballo A reconoció: yo es que soy bajita de corvas, me siento mejor cuando voy como empinada. Claro, y con el calcañal hecho un viacrucis, le regañó al caballo B, porque además es que no te proteges, yo al menos me he puesto unos pantis, hay que estar en condición óptima cuando nuestro clintisvud nos ordene arrear contra maleantes. Será que no estoy hecha para la Gran Vía, gimió el pobre caballo A. 

Mira, rica, no te quejes, le riñó el caballo B, peor lo tienen los babiecas de Andalucía, otra vez con esa peste. Pobrecitos, es cierto, reconoció el caballo A, más vale perseguir drogotas. Peroentonces el caballo A se fijó en un anciano sollozando de desvalimiento y le dijo al caballo B: mira eso, y nuestros yonguaines sin enterarse, saquemos fuerza de flaqueza y ayudémosle. Ay, nena, suplicó entonces el caballo B, yo también estoy reventada, vamos a hacernoslas distraídas y que le ayuden otras. Qué desastre, dice la Susi. Antes de mandar caballos a la Gran Vía, la señora Tutor debería entrenarlos un poco y enseñarles a calzarse. Claro que también los caballos tendrían que poner algo de su parte. Algo de sensibilidad ciudadana, por ejemplo, según la Susi. Ya que no la tienen los humanos, que la tengan los caballos.

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