El dandi sigue en auge

El dandi fue, pues, un arquetipo eminentemente masculino que tuvo respuesta femenina en la quaintrelle, un anglicismo sin traducción al castellano que designó a muchas cortesanas extremadamente refinadas y hedonistas, con excelente conversación y grandes habilidades para alternar en sociedad, y muchas veces mantenidas por sus amantes ricos. Cora Pearl fue, sin duda, una quaintrelle y, más tarde, también lo fue la provocativa heredera italiana Luisa Casati (1881-1957). En el siglo XX podríamos señalar a la legendaria Coco Chanel (1883-1971), a Lady Annabel Goldsmith (1934), a Alice Roosevelt Longworth, a Verushka, a Diana Vreeland, a Edith Wharton, a Greta Garbo, a Kiki de Montparnasse, a la duquesa de Argyll, a Marlene Dietrich, a Diana Spencer

Hoy, el dandismo, en versión masculina o femenina, se confunde con la gracia a la hora de llevar un traje sastre. Y aunque la práctica de esta prenda requiere ciertamente toneladas de estilo y sapiencia a la hora de combinar sus muchas piezas (del tocado o sombrero a los zapatos), ser un dandi sigue implicando mucho más: cierta distancia de la moda y, a la vez, olfato vanguardista; equilibrio exterior e interior; exquisita educación. Los hombres no se atreven a serlo por temor a verse tachados de afeminados; las mujeres se ven obligadas a manifestarse antes como reclamos sexuales que como árbitros de la elegancia. 

El imperio de la televisión y los asaltos a la intimidad de los personajes populares han matado el aura de misterio, el glamour y la construida perfección de las estrellas de antaño, a las que vemos cuanto más humanas, mejor. No existen ya dandis en el espacio público, porque este se ha llenado de gente común haciendo cosas corrientes. La moda ya no se ve bamboleada por las ocurrencias indumentarias de este tipo de personajes visionarios, excéntricos y geniales, sino que, convertida en una apisonadora insensible, nos esclaviza a todos por igual.

Aún deben de quedar, horrorizados por los desmanes de nuestro star system global, algunos dandis y dandizettes de salón, que no de plató. Versiones anónimas de David Bowie (nuestro moderno Brummel) o Patti Smith (tan Baudelairiana con su permanente americana negra). Ocultos, ajenos a los focos, seguro que firmarían la irónica sentencia del dandi Wilde, que dijo: «La moda es siempre un esperpento tal que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses».

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