Maradona un drogadicto más

Mike D'Antoni, uno de los más famosos baloncestistas del mundo, responsabilizó «al sistema» del caso Maradona. «Cierra un ojo cuando uno es joven y ya está en la cumbre de la gloria. Pero cuando llega el ocaso, no nos perdonan nada» aclaró. Una opinión que no comparte Gianni Bugno, número uno del ciclismo mundial: «Se derrumbó un .mito. Maradona le disputaba a Pelé el papel de mejor jugador de todos los tiempos y ahora destruyó años de carrera». Diego Armando Maradona era el último totem que faltaba por caer en esta Argentina que se deglute a sí misma. A diferencia de los atildados diplomáticos argentinos, de trajes cruzados y peinados a la gomina, el embajador «Dieguito» recibía en Nápoles a sus visitas con chandal, un aro de brillantes en la oreja y su inconfundible acento de «Villa Miseria» que no quiere disimular.

El robusto don Diego, padre de Dieguito, jamás soñó con un hijo embajador y una mansión a medida. El era un auténtico «cabecita negra» -como llamaba Evita a los obreros que la admiraban, padre de siete hijos. La familia vivía en una de las barriadas más humildes del país, Villa Fiorito. 


Dieguito jugaba en el «Potrero» y estudiaba en la escuela municipal. A los 18 años, era un superstar del equipo Argentina Juniors. En plena dictadura militar, fue transferido al Boca Juniors, el club de «la mitad más uno de los argentinos». Pero este gran club del barrio italiano de Buenos Aires lo vendió al Barcelona, para paliar su déficit, por tres millones de dólares. 

En España los barceloneses lo rechazan, comienzan sus escándalos públicos y privados y sus actitudes de divo. A Dieguito lo hereda el Nápoles por la módica suma de once millones de dólares. No reniega de Villa Fiorito ni de sus hábitos. Se pasea por el mundo con toda su familia, primos, cuñados y amigos, con gastos a su cuenta. Las finanzas comienzan a hacer agua y Jorge Cyisterpiller, el amigo de la infancia convertido en manager, lo abandona en medio de una discusión tumultuosa. Guillermo Coppola lo reemplaza. 

Precoz para el fútbol y el amor, Dieguito se enamora de Claudia Villafane a los 15 años. Su lujosa boda se celebró en Buenos Aires el 7 de noviembre de 1989 con dos originales testigos, sus hijas Giannina Dinorah y Dalma Nerea. Los invitados italianos llegaron en un chárter fletado especialmente y se unieron a los 1.100 argentinos. 

Desde las elegantes terrazas del Plaza Hotel, las «ladies» de Buenos Aires miraban con horror el aterrizaje del clan Maradona -con smoking y vestidos de alta costura- a la elegantísima basílica del Santísimo Sacramento. Después, se celebró el ágape en un estadio de boxeo redecorado al estilo Dinastía. Algunos diarios argentinos especulan que el matrimonio Maradona no atraviesa su mejor época. 

A Claudia le costó superar el incidente de la italiana Cristina Sinagra, quien denunció ante los tribunales que el ídolo es el padre de su hijo Diego Armando junior. El «Pibe» se negó a hacer los análisis genéticos que pueden demostrar su paternidad. 

Después, la prensa italiana reveló el escándalo de Maradona con prostitutas y ahora el dopping. Claudia, una chica de barrio, puede soportar infidelidades y hasta una adicción al alcoholismo pero la droga es casi una palabra tabú para la clase baja en Argentina. Aunque ahora sea una «auténtica new rich», ella no reniega de sus orígenes. Claudia se ha refugiado en casa de sus padres. El clan Maradona ha pasado de Villa Fiorito a la imponente mansión en Villa Devoto, en el oeste de Buenos Aires. La casa de tres pisos, piscina, tenis, gimnasio y tres Mercedes Benz son el regalo que Dieguito ofreció a sus padres. 

Para él ha elegido un piso en la «chic» Avenida Libertador. En el garage guarda dos Mercedes Coupé, dos convencionales, y un Dodge de los años 30 con el interior forrado en satén. Maradona no podrá jugar, durante un año por lo menos, si es considerado definitivamente culpable. Nadie puede imaginar su vida sin el fútbol y soportando la humillante mirada de los que antes lo veneraban. «Sea la sentencia que sea, Diego seguirá jugando al fútbol. Digan lo que digan, es el mejor, jugador del mundo», dijo Marcos Franchi, su nuevo manager. Pero no será lo mismo jugar en Esquina o en el Potrero de Villa que con el aliento de los «tiffosi» napolitanos. 0 el de los tres millones de dólares de contratos publicitarios -sólo de empresas japonesas- que apoyaban año a año al «Pibe de Oro».

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